La ciudad de Guanajuato, así como ha sido cuna y refugio de importantes poetas, así ha movido el alma sensible de éstos inspirándoles versos, poemas o libros completos.
Uno de los primeros registros lo tenemos en el licenciado Agustín Lanuza que escribió a principios del siglo XX una obra inspirada en las leyendas y tradiciones populares en torno a Guanajuato, Romances, tradiciones y leyendas guanajuatenses (1908), en donde la ciudad y algunos de sus sitios más representativos tienen un lugar privilegiado. Esta obra abre con un extenso poema dedicado a la ciudad de Guanajuato titulado “La ciudad mágica”, la cual se divide en tres apartados: “El sueño”, “La visión” y “La roca del pastor”, conjunto en el que el Cerro de Bufa, los Picachos y demás orografía guanajuatense son importantes referencias:
Sobre la altiva pendiente
de gigantescos barrancos,
cuyos graníticos flancos
son el cauce de un torrente,
se alza la Bufa imponente,
limitando la cañada
que se llama La Rodada,
y es conseja popular,
que existe en aquél lugar
una ciudad encantada.
Descripción literaria de estos accidentes naturales que rodean la ciudad, el poema “La ciudad mágica” contiene una impresión de la ciudad vista desde esas alturas, desde donde se observan “entre las verdes lomas, / como nidos de palomas, / las casas de Guanajuato.”
Otros sitios emblemáticos de la ciudad que son referidos en esta obra son El cerro del Meco, el Jardín del Cantador, la plazuela de Carcamanes, la calle del Truco; sitios de donde se rescatan y elaboran poéticamente sus leyendas orales, revelando el misterio de sus nombres, desconocido hoy por muchos habitantes. Aparecen también Villaseca y el Mineral de Rayas, escenario del poema “El diablo en los ejércitos”. Los poemas de este libro son de verso medido y acusan la forma del romance popular. El interesado puede consultar una digitalización completa de esta obra en la página de la Universidad Autónoma de Nuevo León en el siguiente enlace: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1020028273/1020028273.PDF
Ya entrado el siglo XX, Rafael López, poeta modernista guanajuatense aún no muy bien valorado, canta a la ciudad de Guanajuato, en un poema homónimo, como una a tierra “gloriosa” y “de maravillas”; el cual termina: “Granaditas… Las Cruces… Danos la vieja saña. / Hay que pugnar por el honor de la montaña / que brilló con la gloria de Hidalgo, el ¨Paladín.”. Tiene también un tríptico a las “Montañas Guanajuatenses”: “El cuarto” en cuyo escenario inscribe luchas patrióticas independentistas, “La sirena: “Dorada por la lumbre de excelsas claridades, / o negra bajo el brillo de las constelaciones, / serenamente inmóvil a las inmensidades / del cielo azul avientas los áridos crespones”, y, por supuesto, “La bufa”: “En el abismo asomas la fentre calcinada / por los rojizos fuegos de las fraguas solares / y una pueril conseja te ve trasfigurada / en las maravillosas leyendas populares.” También debemos a él un poema a la estatua de Hidalgo erigida en esta ciudad, en el Jardín de las Acacias.
Otro caso notorio por la extensión de su aliento lo tenemos en el “Breve itinerario por Guanajuato”, de la poeta Margarita Paz Paredes, que apareció publicado en el No. 185 de la revista Artes de México. Se trata de un recorrido poético por los tópicos más representativos de la ciudad, a la cual la poeta siempre tuvo en muy alta estima: minas, arcos, túneles, cerros, barrios, plazas, callejones. Según la poeta, refiriéndose a la ciudad de Guanajuato: “Aquí todo es amor, bondad / prodigio cotidiano / (…) porque la vida en Guanajuato / es un suave columpio que nos mece / desde el sueño más dulce hasta el crepúsculo / que ilumina de paz el horizonte; y en fin, aquí, señores, / hasta la muerte es bella…”. En los 136 versos del poema confluyen el misticismo característico de la autora y la celebración del esplendor de las construcciones y el cielo de la ciudad.
De entre los sitios emblemáticos de la ciudad, parece ser la Presa de la Olla, el que más ha inspirado a los poetas. Citaremos algunos ejemplos. En su poemario Secuencias del amar (1997) el poeta Carlos Antonio Barreiro Jáuregui publicaría su breve poema “La presa de la Olla”, que dice así:
Pudiera ser el suave rumor
de la lluvia en los árboles
plenos de luz el primer paso
para salir del antiguo quebrantamiento
con un nuevo perfil iluminado
por la tarde que espejea
en el lago de su sonrisa.
En ese mismo libro el autor da cuenta en el poema “Paseo de la Presa II” del ensimismamiento que lo embarga al contemplar dicha presa desde la altura de los cerros:
me deshabito de pensamientos
y sólo siento que mi alma
boga y boga en instantes
que traspasan el tiempo, dentro
de ámbito entrañable y único
de la tarde soleada.
Más recientemente, Lirio Garduño-Buono publica en su libro El duende de las cosas repetidas (2006) el poema “En la presa” que empieza: “Pienso que al salir / tendré frío / aunque es muy tentadora el agua verde…” para luego dar una revista al paisaje del entorno y sumirse en divagaciones existenciales cuya inspiración es “esta ciudad que se imagina pueblo y viceversa”. Como paréntesis, en su libro Retratos pintados con agua (2010), hay un poema que remite a la plaza “Embajadoras y el cual termina: “me detengo a media plaza, / estoy desnuda: // el aroma del café / me hace un vestido.” La escritora Eugenia Yllades tiene también un poema breve a esta presa en donde acontece la siguiente escena:
Los patos flotan, se acicalan
repartiéndose el frío
entre las plumas.
Alrededor, orilla adentro,
el eucalipto canta sus aromas
dejando caer la piel sobre la tierra.
Otro autor que ha dedicado parte de su obra a la ciudad de Guanajuato es el poeta originario de Aguascalientes pero radicado en esta ciudad, Benjamín Valdivia, quien lo hace siguiendo la tradición baudeleriana del flâneur, del poeta que vaga por la calle, la observa y canta sus diversos rostros. En Paseante solitario (1997) encontramos poemas que tienen por título “El Callejón del Beso” (“para que nada te suceda, / un beso te resguardo (uno excelente) / en el tercer escalón de la leyenda”), “El Jardín de la Unión”: (“Mira bien esas bardas floridas de vital / espejismo; contempla el futuro que se muestra / en la mágica fuente…”), “San Sebastián” y “La margen derecha de la Juárez”, refiriéndose a la muy conocida y transitada calle de esta ciudad. Estos lugares son el marco de la experiencia vital y amorosa del poeta, de su cavilación en torno a las muchachas, los días y las noches, los perros, la gente y los amantes de esta ciudad; ciudad que “corre sedienta / de terminar con todo aquello que pudiera / semejarse a un amor”, ciudad “henchida de olvidos y premuras, / amor mío,” en palabras del poeta. Otros sitios que aparecen en esta obra como motivos son: la Calzada de Guadalupe, el teatro Juárez y el monumento al Pípila. Refiriéndose a estos dos últimos, termina el poema que lleva por título “Solsticio para el Pípila”: “En estratégico sitio frente al Teatro, / el sol puede mirarse convertido / en la antorcha que remata al monumento.
Es interesante notar cómo poetas de reconocimiento como Elsa Cross y Benjamín Valdivia cantan no sólo la vida nocturna de la ciudad, sino también sus bares. Cross escribe en 1975 el poema “El incendio”, luego de una de sus visitas a esta cantina también conocida como FBI (Fabuloso Bar Incendio). Dicho poema que inicia con el verso “Noche guanajuatense, / negra noche de perros” tiene un eco en forma de epígrafe en el poema “Noche de perros” de Valdivia del libro ya citado, en donde además encontramos otro poema dedicado a otro popular bar guanajuatense. En el poema “La Dama de las Camelias (antes Rocinante)”, Valdivia caracteriza a este lugar como “un recinto opalescente, / una tendencia simple a la penumbra, / flama de incitación”, lugar al que entras por una escalera oscura mientras “manos en la pared te acechan, / se te acercan las lámparas y te besa la luz / y los ritmos del aire te quieren poblar.”
(Continuará el viernes próximo…)