Marca de agua es el más reciente libro de Ana Paulina Calvillo (Ciudad de México, 1974), realizado con el apoyo del Programa de Estímulos para la Creación y el Desarrollo Artístico (PECDA) de Guanajuato, 2021. Ha sido publicado este mismo año en la colección “Biblioteca de cuento contemporáneo” de la editorial nacional, con sede en la Ciudad de México, Ficticia, en coedición con Ediciones La Rana. Cabe señalar que, así, Ana Paulina o “Ana Pau”, como cariñosamente es llamada en el medio literario local, se hermana a otros narradores del estado que han publicado en esta editorial, como Macaria España, Montserrath Campos Sánchez o Mauricio Miranda, algunos de los cuales ya tienen un reconocimiento o trayectoria consolidados en el imaginario regional. Cabe enunciar también que dicha colección, dirigida por Marcial Fernández, director de Ficticia, apuesta por nuevas voces narrativas de diversos puntos del país, y ha recibido hasta el momento opiniones dispares, pues si bien algunas obras han sido bien recibidas, otras han sido maltratadas por la crítica. Sea como sea, Ana Paulina ha comentado que publicar en esta colección había sido un sueño que planificó durante años y logró convertir en realidad, lo que es humanamente muy encomiable.
Ana Paulina Calvillo, además de narradora y dramaturga, se ha desempeñado como docente de literatura a nivel bachillerato, así como editora e impresora, perteneciendo a una familia de impresores en la cual ella forma parte de la cuarta generación. Cabe destacar también que pertenece a una familia (tanto sanguínea como política) de escritores. Ella “reside en Guanajuato desde finales del siglo XX, donde realiza proyectos culturales, de promoción a la lectura y es directora de Los Otros Libros. Estudió Arte Dramático en el Núcleo de Estudios Teatrales (NET, fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (1992 y 2002) […] Cuentos suyos forman parte de la antología Palabras germinales (La Rana, 2002) […] De su producción dramática publicó Los reyes (Los Otros Libros, 2020)”, según se nos informa en una solapa del libro. Cabe destacar que en los últimos años la personalidad literaria de Ana Paulina ha tenido un despegue muy notorio, pues, además de haber sido beneficiaria del PECDA en 2021, recibió una Mención Honorífica en los Premios de Literatura León en 2020 por su cuento “Tocando fondo con las manos”, fue seleccionada en el Seminario para las Letras Guanajuatenses 2021 en el área de teatro y en este 2023 en la categoría de novela. Razón quizá por lo que Marca de agua, según comunicaciones personales y comentarios en Facebook, ha causado expectación.
Ana García Bergua, en el prólogo del libro, nos da la siguiente descripción: “Aunque estas narraciones parecieran contar la vida de una familia en distintos momentos de su historia, quien busque en ellas una novela encontrará un caleidoscopio de posibilidades entre el sueño y la pesadilla. A través de los años, las hermanas Isabela, Galia y Alina protagonizan, junto con sus padres, su tío Héctor, sus primos, una secuencia partida de trayectos que a veces parecen un sueño […] En muchos casos, la infelicidad y la angustia dan lugar a pulsiones asesinas, erotismos subterráneos o gestos de amor conmovedores y sorprendentes. La prosa límpida de Ana Paulina Calvillo, fina heredera del relato europeo y norteamericano en México, constituye una voz original y muy distinta que elige la profundidad de la sugerencia en contraposición con la caída en el melodrama y la denuncia por la denuncia, tan comunes en nuestros días. La autora logra contagiarnos la nostalgia y el amor por estas tres hermanas unidas por una serie de sueños y deseos, episodios trágicos y ambientes entrañables en una partida de ajedrez en donde la muerte juega sus piezas.”
Estoy de acuerdo en lo general con las descripciones de contenido de García Bergua. Pero tendría argumentos para sospechar de las apreciaciones críticas. Por ejemplo, decir que Ana Paulina es “fina heredera del relato contemporáneo europeo y norteamericano contemporáneo en México”, ante la amplísima generalización y la variedad estética, temática, estilística, formal y conceptual de escrituras narrativas de estos tres grandes ámbitos (Europa, Estados Unidos y México) es decir muchísimo o no decir nada en lo absoluto. Debido a la relación de trabajo, mediada por el pago económico de García Bergua con Ediciones La Rana, podríamos, si nos ponemos suspicaces, pensar que este arbitrio se podría tratar de una concesión discursiva y política. Por otra parte, lo de lo entrañable y el contagio de las emociones es tremendamente subjetivo y estará finalmente en la impresión de los lectores y no en un dictado prologal. Lo que sí celebro en todo caso es el escape del tremendismo de violencia, denuncia de las problemáticas políticas de seguridad pública, injusticias de género femeninas o modulaciones de los afectos y las sexuales disidentes, tan de moda en nuestro país en estos días y que han logrado saturar el mercado y el ámbito lector y pueden llegar a causar fastidio. Porque, si bien el universo de los personajes construidos por Ana Paulina es prioritariamente femenino (un universo de luces y sombras), y se perciben las huellas del patriarcado, las tramas no están orientadas hacia una intensión panfletaria, crítica o transgresiva, sino privilegiadamente artística. Sobre esto, en el texto “Hacer pasitos”, se dice respecto del personaje Andrea: “Era la única nieta de una familia en la que predominaron las mujeres por varias generaciones. Ya sólo quedaba ella y estaba casi segura de que en su persona terminaría la maldición: su madre y sus tías, tan parecidas que daban miedo, todas perdiendo al hijo varón.” Complementando esto, acerca del ámbito familiar, otro de los personajes dice elocuentemente: “Eres quien eres, más la familia”.
Estas historias parten de los años setentas y se extienden hasta el presente, dando cuenta de una infancia en la que ya se perciben relaciones de competencia soterrada (al modo en el que podemos entender la microfísica del poder, según la teoría de Foucault), una especie de malicia infantil muy natural, junto una incipiente atracción erótico-amorosa hacia la figura de un primo (un tema con una tradición de siglos en la literatura occidental), que la autora manera con alusiones, en el terrero del deseo que no encarna. La infancia es tratada con cierta nostalgia y con un hálito de ensoñación, a pesar de que, de alguna forma, a la manera en lo que entendía Freud, marque el destino humano en tanto formación, o bien, una especie deformación en la que caben “las perversiones, las manías y las obsesiones”, según interpretó el editor Marcial Fernández (él mismo autor de varios libros de cuentos) en el pasado IV Foro Virtual del Libro de Ediciones La Rana, transmitido apenas hace unos días a través de Facebook. El tema de la maternidad también se ve problematizado con sus aspectos contradictorios, dolorosos, crueles, conflictivos, que llegan a detonar tensiones y ansiedad al grado de la patología clínica como en el caso del cuento “La llamada”, que mi opinión es el mejor del libro. Otro paradigma que se pone en crisis es el de la memoria, de la cual ya se acepta actualmente por consenso científico que prevé su propia lógica narrativa y no sujeta la verdad histórica, sino que la interpreta y reinterpreta una y otra vez. En este sentido, los recuerdos que tienen las hermanas del libro respecto de un mismo pasado son muy relativos afectivamente y no son unitarios. Otro de los temas que está en el libro es del fantasma (en el sentido psicoanalítico) del hijo muerto. Así enumerados algunos de los temas, cobra sentido que el conjunto de relatos, puestos en perspectiva dialógica, pueda ser leído como un drama familiar polifónico. Respecto de esto último, son diferentes las personas que relatan los textos, jugando alternativamente con los narradores omniscientes, equiscientes y deficientes. Y si bien predominan los tonos nostálgicos, dramáticos (quizá por la formación teatral de la autora) y melancólicos, encontramos también humor en algunos momentos, como en el caso del cuento “Los coleccionistas”. Y por supuesto, la muerte que rompe lazos y separa de la peor manera (me refiero al cuento “Jacarandas”.)
El libro reúne 24 textos que, si hacemos caso de la categorización académica que se suele hacer, oscilan entre el relato y el cuento propiamente dicho. Con relato me refiero a la relación de hechos reales o imaginarios (más relacionados con las categorías de “verdad” o “historia”) que no precisamente tienen la redondez, artificio y estructura del cuento en que se privilegia la trama, ya sea cronológica o estética (no lineal), y la relación entre las partes. Una categorización meramente conceptual, y sobre todo muy escolar que finalmente no tiene mucha importancia en el terreno creativo, pues estas fronteras bien pueden diluirse como en efecto lo hacen los textos de Ana Paulina. De hecho, en Marca de agua tenemos también la hibridación con la novela fragmentaria, tal como puede ser entendida a partir de la modernidad. Respecto a esto, Ana Paulina ha comentado que, a pesar de ser relatos que no son fantásticos, son ficciones en el estricto sentido de la palabra, si bien acepta que los personajes sí están inspirados en personas reales y que de algún modo quizá muy subrepticio termina invocando fatalmente a su propia constelación familiar, pues está inevitablemente como primer modelo la inequívoca experiencia vital de “el ambiente familiar que vive mi familia”, según contó en el Foro. Un motivo que destaca, y en el que lector que conoce personalmente a la autora, repara y no puede dejar de anclarlo con la biografía, es el de la imprenta familiar, en lo que la autora demuestra tener conocimientos técnicos epocales muy precisos (“Sin dinero ni otra adquirí fiada una Heidelberg Sornz: cuarenta y ocho por sesenta centímetros, cuatro rodillos y hasta doce mil impresiones por hora). Al respecto de la imprenta como objeto físico, Ana Paulina aludió que acaso sea un “símbolo de permanencia” pero también “de lo que fue”.
Respecto de la estética y la técnica escritural de los cuentos yo observo, primeramente, un recogimiento en la escritura como espacio muy personal: una morosidad en el sentido más poético del término. Estoy de acuerdo en que efectivamente la sugerencia es muy importante en estos textos, al grado de que en algunos textos parece no pasar nada dado que funcionan con alusiones y velos. Al respecto, Mauricio Vázquez, director de Ediciones Rana, resaltó los “varios entresijos” y “los pequeños detalles” que se plasman a lo largo de toda la obra. Por ello, el lector atento percibirá que ciertos olores son incorporados a la narración y modulan un afecto, un recuerdo. Marcial Fernández llamó a esta plasmación como “bosquejos”. Todo ello apela a un lector cómplice, activo, que sea capaz de leer entrelíneas, que no lo quiera todo dado de inmediato, que sepa poner en perspectiva diferentes subjetividades. Por ello en algunos relatos hay total ausencia o poco diálogo.
Respecto al pulimiento de su técnica y el universo femenino construido en este libro, Ana Paulina comentó en el referido Foro que fue un largo proceso de escritura, reescritura (incluso varias) y corrección sometido a pares. Menciona el caso del taller Gimnasio Narrativo gestado por Alfredo Niñez Lanz y la misma García Bergua; un espacio donde en principio se leía mucho analíticamente narrativa actual para después pasar a la creación. Respecto al germen, la inspiración inicial para iniciar al proyecto, Ana Paulina comenta que la lectura de Las hojas muertas (1987) de Barbara Jacobs, una especie de novela corta, la impresionó mucho y de algún modo la motivó. También influyó que en los dos últimos años la autora haya leído a muchas mujeres del siglo XX y XXI y haya investigado sobre los misteriosos mecanismos de la memoria humana. Por ello, deviene consecuencia que otro de los mejores cuentos, “Lealtad”, tematice los límites de la psicoterapia en relación a la memoria y su falsificación; y en “Esta ciudad se ha vuelto peligrosa” se trate la demencia senil.
Los finales de estos textos son abiertos; y a veces tan abiertos que pueden desconcertar, sobre todo al lector de literatura comercial que se quedaría en suspenso, sin saber qué sentido debe dar a lo leído, confundidos e incluso frustrados o decepcionados debido a su inexperiencia con literatura artística. He de aceptar que incluso a mí me sucedió que, de tan velados que puedan estar los “hechos” (si así podemos llamarlos, porque ya Nietzsche nos dio la lección de que “no existen hechos morales, sino sólo interpretaciones morales de los hechos”), no logré captar en un primer momento algunos puntos de sujeción. Pero esto no es un defecto, sino, a lo sumo, una cualidad. Los mejores textos de la literatura deben ser releídos, y entre más los leemos, más significados nos dan. Lo que sí tengo en claro es que esta obra necesita un lector demandante, con suficiente capacidad de agencia para detectar lo que fue puesto implícito de modo consciente.
Respecto del título, el lector deberá hacerse un juicio tras la lectura. Yo tengo mi propia y personal ruta interpretativa. Los mecanismos y el fondo escriturales de Ana Paulina pueden ser tan sutiles que son casi transparentes como una marca de agua, lo que es también, con toda obviedad, un sello de identidad.
Esperamos que esta colaboración suscite el interés de los lectores a lo largo del país y allende sus fronteras. Se espera y rumora sobre una gira del libro por varias ciudades. Así que habría que estar muy atentos.
La autora (fotografía de Paulina Vaqueiro Toriello, de la revista leonesa Alternativas).